Por: Edith Hermina Emmermann de Muro
Todo, y más, lo atesora la computadora.
en la ínsita magia de su mecanismo
que hasta desafía su propia porfía,
el gran reverbero de su tecnicismo
ya supera asombros hasta de si mismo.
Es obra del hombre. De su inteligencia
que le ha insuflado, junto con su ciencia,
un perfil muy suyo de monstruo sagrado.
Y es tal la hechura de su eficiencia
que en un juego astuto de mutua exigencia
logro a su amo hacerlo su esclavo.
A mis años, muchos, y sin esperarlo
la computadora me llego en regalo
No hago regaño en decir que he vivido
(y que hube escrito)casi en la solvencia
de ser prescindente a su predominio
asi a sabiendas de que, aun ahora,
puede manejarla la mano de un niño.
Internet es la impronta que sella este siglo.
Si yo lo margino caigo en sacrilegio
de lesa impudicia hacia el modernismo.
Si me es complejo su inicial manejo
y en ello y por ello inane me rindo
creeré que mis sueños también están viejos
y mis sueños no sueñan con tal fatalismo.
En esta simbiosis dada en mutuo estreno
ella está exigiendo mi tiempo y mi empeño
para darle, en cambio, al solar pequeño
de tantos anclajes de mi mundo añejo
la insondable anchura de su magnetismo
¿Y mi máquina de escribir...? En su teclado
tanto soñé en el vivir, como viví en lo soñado.
Prescindir de ella seria perverso. Hay un universo
en nuestra simbiosis. No podría, por ende,
callar su lenguaje, borrar sus estrellas,
matar a sus duendes mentores diversos
que hoy mi escritura aun atesora...
¡Que cosa...! a mis años, y sin esperarlo, ahora.
(¿para empujarme a escribir
en lo que me resta vivir?)
me llego del cielo la COMPUTADORA...